jueves, 12 de junio de 2014

Alegoría del pantalón viejo

Dentro de mí hay un alma escritora desde niña. Con el paso del tiempo, he tenido diversos blogs en los que plasmaba mis pensamientos y sentimientos, como un diario de la era tecnológica. Cada uno de esos blogs ha acabado desapareciendo por obra de la vergüenza que sentía hacia esos textos mi yo un año o dos más mayor y madura que cuando lo escribí. Un borrón y cuenta nueva, literalmente: la desaparición de un blog propiciaba la creación de uno nuevo.

Sin embargo, un texto permanece. Algo que me salió del alma. Algo que transmite a la perfección lo que sentía en el momento de mi decimonoveno cumpleaños. Algo que, a cualquiera que jamás hubiera estado en mi misma situación, le provocaba una sonrisa de entendimiento. Lo único que a día de hoy no miro con vergüenza. Hace cosa de tres años escribí mi "Alegoría del pantalón viejo".

Cuando compras un pantalón por casualidad, sin ningún esfuerzo y de poca calidad, el roce va poco a poco desgastando la superficie. A veces, aparecen pequeños agujeritos, que con un poco de paciencia conseguimos tapar, aunque ya nunca el pantalón será tal cual lo compramos. Llega un momento que un agujero, no más grande ni más pequeño que los demás, acaba rompiendo el pantalón hasta un punto en que decides que ya no merece la pena arreglarlo y lo acabas tirando a la basura. Es un pantalón que te sienta de maravilla y del cual te da mucha pena deshacerte, pero lo miras y piensas, que prefieres el recuerdo de los buenos momentos en los que lo llevabas puesto y te quedaba bien, a verlo cada día en el armario, sin moverse y sin querértelo poner, por miedo a que se rompa aún más. Quizás ahora no quieras tener uno nuevo, del mismo tipo, para que te vuelva a pasar lo mismo. Quizás solo vayas de tiendas y te pruebes varios, aunque no te los llegues a quedar. Quizás prefieras esperar. Esperar y esforzarte para poder comprar unos nuevos y de buena calidad, para que nunca se rompan, y que te sienten tan bien que nunca te canses de ellos.